Mounts Go Wild
La oscuridad me envuelve.
A mi alrededor la lluvia cae tan violentamente que creo que me va a agujerear la piel. En absoluto silencio, busco algún saliente amigo, una hendidura en la cornisa del risco que me cobije. Encuentro mi sitio y me deslizo hasta él. Nadie me ve. Soy una sombra en la noche, un susurro entre el tronar de un cielo negro lleno de ira y el repiqueteo de incensantes balas afiladas de cristal acribillando el suelo. Tormenta nocturna de Wild Mounts, mal presagio, precursora de la desgracia; hoy eres mi aliada.
Soy una justiciera. Un alma vengadora. Una vez más me encuentro interrogando mi propio subconsciente. No sé con total certeza por qué he venido, y sin embargo lo sé. Tengo corazonadas, tengo visiones. A veces acierto, a veces no. Me encuentro ante dilemas. Lo pienso ocho veces antes de decidir. Luego actúo, o no.
Esta vez creo que acierto.
Me inclino sobre la cornisa, siento el viento luchando conmigo, pero yo soy más fuerte. Me siento una gárgola, agazapada, acechando, inmóvil. Miro hacia abajo.
Imponente, majestuoso. Los muros de piedra del castillo se alzan desafiantes en medio de la negra lluvia, varios metros por debajo de mi cornisa. El vértigo asoma tÃmidamente y es expulsado de inmediato. Aquà no hay vertigo. Un ave de presa no tiene vértigo cuando se abalanza sobre un animal desprevenido.
La sangre corre entre las almenas, por los escalones… RÃos negruzcos de agua de lluvia y sangre forman una siniestra alfombra en el patio central. Sangre y agua; es lo único que queda, los cadáveres no están.
Han caÃdo.
TodavÃa muchos quedan en pie. Mujeres con amplias capas y atuendos oscuros defienden su territorio. No necesito evaluarlo más de dos segundos. Están siendo exterminadas. Reconozco los hombres de negro armados con rifles. No son hombres. Reconozco otros que sà lo son. Viejos amigos… de un viejo amigo. Amistades traicionadas con la facilidad con la que el acero atraviesa la carne desnuda.
Como un rayo de justicia divina, desciendo desde las alturas. Es justo. Alguien debe cambiarlo. Lo he pensado una octava vez. No hacen falta palabras, dejo que sean los hechos los que hablen. El exterminio no cesa… sólo cambia de bando.